
El disparo recayó exactamente
en el vértice superior derecho
de la medalla, mientras que ésta,
debido al salto,
volaba sobre su pecho
por la gravedad acompasada.
Es extraño concebir
que ese es el único punto
en aquel único instante,
en que la bala no atravesaría su cuerpo,
salvado por la pequeña ranura
en relieve de la medallita.
¿Azar?¿Fortuna?
La matemática establecería dicha
ocurrencia como nula.
Estadísticamente,
hablamos de una posibilidad entre cien…
entre mil… un millón… ¡infinito!
¡Una en infinito!
Si no comprende,
esa es la percepción real
más cercana de cero que podamos argüir,
es el hecho de que en todos los lugares creados
y en todos los tiempos transcurridos,
ese punto, y sólo ese,
haya sido el centro de impacto,
el fin del trayecto,
la distancia en que puedes oler la muerte.
Cuando el segundo disparo,
percutido instantes después,
destruyó la imposibilidad de una reiteración perfecta,
entendí que Dios existe,
y que lo hasta ahora conocido como razón,
no es más que un ápice de la realidad.
Dos disparos, un punto,
un desafío a la existencia,
la prueba de que no somos autosuficientes,
la prueba de que los milagros no son fantasía.
Todo cuadró en mi mente,
mi fe no es ciega,
mi fe no es vana.
Puedo gritar al mundo durante días,
y no cansarme.
La omnipotencia existe,
y su revelación divina
en la naturaleza mortal, también.
Qué feliz, qué inmensamente feliz…
El entierro fue al día siguiente,
las cinco balas posteriores
que perforaron su rostro y tórax,
no pudieron ser extirpadas sin
demacrar completamente
el difunto cuerpo.
Nunca había asistido a tan
triste funeral.
Fiadmo