Indeseables moscas recorriendo infinitos trazos,
calor latente de sudores expulsados,
vapor de café con olor a melancolía,
tu cigarrillo humeante sigue intacto,
sólo que más amargo que de costumbre.
No, no le he tocado,
aumenta en años y en sedas de araña.
Mantiene vivos los recuerdos de un ayer marchito,
que soñó con un futuro glorioso
y que hoy, simplemente, ha sido derrotado
por la abulia y ha muerto en un hasta nunca.
¿Será Dios capaz de soportar la desesperación
ahogada que me tiene cautivo?
Si la respuesta es sí, entonces mi Dios
no sabe nada del hombre.
Porque la muerte es una etapa,
la “esperanza” es sólo una esperanza,
pero intentar olvidarla es demostrar
que existen cosas imposibles.
Pues ¿Cómo olvidaría su aguijón
el escorpión al borde del exterminio?
¿Cómo olvidaría Cristo su resurrección
en vísperas de Domingo Santo?
¿Cómo encontrar las palabras exactas
para convencer a una madre de asesinar a su hijo?
Una azucena se secó en mi pecho,
el fénix de amor dio cuenta
de que jamás volvería a nacer,
la angustia martilleó mi sien,
los recuerdos se volvieron mi vida,
fagocitando ilusiones de bien.
Tu maldito cigarrillo humeante
aún acaricia mi mesa,
esperando el instante de desaparecer.
Fiadmo
