Allí todo huele a humedad,
a silencio,
a susurros de sábado nocturno,
al siseo incesante de horas caídas,
de nostalgias no encontradas,
de indiferencias compartidas.
Allí ni vida ni muerte tienen cabida;
ni orgullo ni pretensiones acogida;
ni mi voz ni la tuya son bienvenidas,
sólo nuestras miradas mientras intenten
escapar de algún sentido para la vida.
Estamos solos, tú, yo y nadie,
escalando en la profundidad de una
quieta oscuridad,
coexistiendo en tierra cubierta de tibio rocío,
vigilando que todo siga simplemente
tal cual está.
Inventando excusas para mentirle al vacío,
despertando instintos
sólo después de la muerte adquiridos,
luchando díscolos frente a
la percepción de la realidad,
siendo y contemplando...
sólo siendo y contemplando.
Nada particular transcurre entre nosotros,
nada que admirar y nada que lamentar,
nada sobre que pensar y nada sobre que hablar,
¿Por qué reír si puedo callar?
¿Por qué llorar si puedo simplemente callar?
Fiadmo